sábado, 26 de marzo de 2022

Poemas y Cantos, de Georgina Herrera

Poemas y Cantos

Georgina Herrera

Primera fase: El pasado

La pobreza ancestral

Pobrecitos que éramos en casa.
Tanto
que nunca hubo para retratos;
los rostros y sucesos familiares
se perpetuaron en conversaciones.

“Familia… Hogar”
Madre y padre, vivos los dos,
tan viejecitos, pero
raíz al fin.
Mi esposo y yo, el tronco fuerte
del árbol del amor;
los hijos y los nietos
floreciendo, multiplicados.
En fin, la dicha verdadera,
nada costosa. Bastaba
cumplir el mandamiento:
Creced y multiplicaos.
Fue el tiempo de soñar.
¿Y el de lo cierto?
Centroamérica, Europa, el otro
mundo
Cada cual, a veces hasta sin despedirse
cogió su rumbo.

Soy
la sobreviviente,
la que está aquí,
la fuerte.
Solitaria.
El patio de mi casa

(Sí es particular)
Nadie adornó su espacio con arecas
ni se enredó en la cerca la piscuala.
Patio sin otro ruido
que el silencioso andarlo
de mis pies descalzos.
Sitio para mí sola, donde la ternura
y su modo simple de crecer y darse
como la hierba fina,
me fue vedado.
Patio donde el sonido de la lluvia
dejó su oficio de agua
para ir cayendo, espesa y contenida,
más bien como lágrimas.
Ancho para una celda. Camino
interminable se me hizo
de tanto darle vuelta y repetirlo.
Patio perdido y ya recuperado
pues regresa
desde el fondo de un sueño
como un hueco en la infancia.
Segunda fase: la maternidad

Mami

El día es propicio
para salvar distancias.
Hasta las nuestras.
Por eso, te llamo
con un apodo familiar y antiguo.
Puede
empezar ya en ti el asombro, desde
el sitio en que estás, por estas
cosas que vas a oír:
¿Cómo pudo existir tan grande espacio
entre las dos? ¿Cómo
vivimos tantos años, sin que nada
fuese a ambas común?
Ahora
es que puedo entender. Y te agradezco
el desamor, la angustia,
el desamparo. Y
la total ausencia de esa sustancia
elemental que me hace
vivir sin nadie, en medio
de mil manos, deseando
una mano que impida
mi perenne caída inevitable.
Mañana última

En la habitación, de la que ha sido
dueña hasta ese día,
la instalan, como si fuese una extranjera.
Callada, como siempre,
está ahora
en la esquina más breve de su cuarto.
Con tanta luz como no tuvo nunca,
entre flores pobrísimas, entretiene
su obligatorio ocio, desde
una mañana hasta la otra
en que sin reverencias, sin adioses,
más callada que nunca
deja que la lleven a otro sitio,
distante del Planeta
que con los hijos y el marido hizo...
Y así empezó mi asunto con la muerte.
Seguro que hubo amor,
pero escaseaba el tiempo de mostrarlo
y hacer que lo entendiera.
Y, a partir de ese día
todo fue ya inútil. Se hizo tarde
para sentarnos a hablar y conocernos
cuando yo fuese mayor y ella más vieja.
Hija buscando la risa de su madre

Si la encontrara
conservaría la risa de mi madre. Paso
el tiempo buscándola y lo pierdo.
La risa tiene un ruido
como de fuego que no apaga nadie.
Por donde ando y busco está el silencio.
Orientada hacia el sol,
sobre su luz indago. Un resplandor siquiera…
Obligada regreso hacia las sombras.
Hice un espacio en mi aorta, como urna;
en él preservaría algún momento
en que mi madre haya sonreído:
¿Sobre el fogón tal vez? ¿Con su destreza,
blanqueando entre la espuma
las diarias suciedades?
¿En sus escasos sueños? Quién lo sabe.
Tal vez si hubiera fotos, encontrara
aunque sea, algo como una cruz
o una ironía
al centro o a un costado
de sus labios. 1
¿Beso, dibujo, testimonio?

Nacido hace muy poco,
no has aprendido aún a remontarte
hasta este sitio
de tibias ramas ahuecadas, donde
la gorriona reclama tu presencia.
Solo sabes caer,
dar con tus plumas húmedas en mi puerta.
A tumbos avanzas o te escurres,
haces lo que puedes;
es tan frágil tu cuerpo.
Me inclino, tú te escapas, te persigo
pretendiendo salvarte y no te dejas.
Con nuestros gestos, ¿a qué nos parecemos?
Somos, apenas,
tú, el breve proyecto húmedo de un ave,
y yo, una mujer que estará mañana, a esta hora
un poquitín más vieja.
¿Pero, juntos, qué somos?
¿Un mágico dibujo que se mueve,
beso de alguien a quien quise mucho
y ahora lo devuelve
desde su desolada lejanía?
¿Testimonio, constancia de la vida,
o la simple verdad? Un gorrioncito resbalado
Desde lo alto de su nido
y una mujer esperando que amanezca,
para sumir a los que tienen un tiempo más.
Tercera fase: África y los orishas

Para festejar a Oggún

Un año entero esa mujer estuvo transitando
entre el rojizo polvo
que desde tiempo inmemorial
cubre las calles del pueblo.
Todo un año, señor, como quien dice…
Un rato esta mañana.
Según ella,
hija legítima de la Santísima Caridad del Cobre,
le confirmaron el privilegio de su raza
en la laguna de Terán, sitio de aguas
santificado por la necesidad
de sostenerse en algo
dominando a todos.
Pero la tradición de los abuelos
impone sus deberes a la raza.
En eso estriba
todo el trajín de esa mujer vestida de amarillo,
que de amarillo adorna su cabeza
con pañuelo impecable.
El trajín de Joaquina todo el año
no acaba sino en junio
el día veinticuatro, cuando
ella asume el privilegio
de convertir este pueblo y su pobreza
en breve reino de luces y sonidos.
Porque la historia es esta:
La santa-diosa-madre de la mujer
vestida de amarillo
tiene una deuda con Oggún y el día
del guerrero varón, será la hija
quien con sudores pague.
Y todo el año Joaquina vende dulces,
lava
para la calle, plancha
difíciles preciosidades como nadie.
Joaquina vive en una choza
de pareja y limpia tierra como piso
y techo de madera. Quita
su oscuridad con una breve lámpara,
se alimenta
como un gorrión, se acuesta
junto con las gallinas.
De un sobresalto
está en pie antes que el sol.
¡Ah!, pero el veinticuatro…
La casa hecha para el guerrero cobrador,
si usted la viera. Fina
glorieta de caña brava fina y fino guano.
Luces
de qué sé yo cuántas bujías.
Y, me olvidaba,
la comida del santo. Nunca
la vio Joaquina así, tan abundante,
y solamente
para que con los ojos
la reina-santa-madre y el guerrero se harten.
Por tres noches
sube el canto ancestral, baja tranquilo,
en el espacio se deshace.
Joaquina mueve las caderas,
se inclina, tanto
que roza la tierra apisonada. Rápida
se alza como en vuelo cuando
el tambor es ruego y es mandato
a un tiempo.
El veinticinco, empiezan
a desmontar el guano, las cañas bravas,
el alumbrado prodigioso que por tres días
concedió a esa mujer la gloria
de aposentar al tan temido santo.
Y no descansa. No. Despide
a los mortales convidados. Vuelve
a tapar su cabeza de amarillo, y lava
y plancha y hace dulces, vende
atravesando calles polvorientas
hasta el año que viene.
Ochún

Viene, desde el fondo del río con su nombre
hasta la orilla, un pez. Toca
el rostro de la muchacha que se estremece.
Ya su fiesta de amor se ha confirmado.
Que en pez del río Ochún la roce
es como untarse de miel y polvos de flores.
Ella es la diosa del amor, su carne es vencedora
y basta.
No piensa la muchacha que invocándola,
puede venir la paz y la abundancia; ignora
que todo eso también es parte del amor…
e historia.
Sí, eran tiempos feroces
trampas tendidas entre los sembrados
para atrapar al enemigo
y Ogún allí, plantado junto al hambre.
¿Quién se atrevía?
Nadie recuerda, no sabe o no le importa
el destino que entonces
fijó la diosa a su belleza.
Fue por bondad lo que se cuenta de otro modo
con malicioso orgullo.
Ahora, a esta muchacha,
a la que el pez del amor rozó la cara,
no piensa
en que alguien, al menos, reconozca un día
(del que ya es tiempo) esta verdad.
Ubi Sedi

En lengua de mis mayores,
digo todo
lo que mi Madre Única complace.
Desde Abeokuta, donde
nació aquella mujercita engañadoramente endeble,
en realidad olosi,
fui yo la elegida para decir.
Por sobre muchas cabezas de parientes
buscó la mía, puso
su mano en ella y dijo:
“Tú, son lucumisa”.
Por su boca hablaban “todas
las estrellas del cielo” en nombre
de abolá. Ella, la principal,
que lleva
cadena de plata en los tobillos.
Omi Sande me llama
porque hija suya soy, legítima.
Su voz aquí, sus ruidos,
su movimiento como irumí,
Acho ayiri.
Mi paso lento se hace
por la jícara de agua que nadie ve y no importa.
Ella la puso sobre mi cabeza para mi bien y basta.
A ella le debo,
la nombro siete veces
con siete nombres suyos.
Después le digo:
Ororó, irawá, “rocío
de la madrugada”, y siempre
va ella sobre mí, como si fuera
oyaba soro
y hace iré aye en mis mejillas
para que nunca olvide
quién soy, de dónde vengo, a qué me debo.
Vuelvo a llamarla y viene desde
el fondo de los océanos.
Llega, recibe lo que le ofrezco.
Entonces, me limpia suave, espaciosamente
con ramitas de ifefe y okablebe; tengo
hasta mi día final iré.
África

Cuando yo te mencione
o siempre que seas nombrada en mi presencia
será para elogiarte.
Yo te cuido.
Junto a ti permanezco, como el pie
del más grande árbol.
Pienso
en las aguas de tus ríos y quedan
mis ojos lavados.
Este rostro, hecho
de tus raíces, vuélvese
espejo para que en él te veas.
En mi muñeca
vas como pulso de oro
—tanto brillas—; suenas
como escogidos cauríes para
que nadie olvide que estás viva.
Todo sitio al que me dirijo
a ti me lleva.
Mi sed, mis hijos,
la tibia oleada que al amor me arrastra
tiene que ver contigo.
Esta delicia de si el viento suena
o cae la lluvia
o me doblegan los relámpagos,
igual.
Amo esos dioses
con historias así, como las mías:
yendo y viniendo
de la guerra al amor o lo contrario.
Puedes
cerrar tranquila en el descanso
los ojos, tenderte
un rato en paz.
Te cuido.
Oriki para las negras viejas de antes

En los velorios
o la hora en que el sueño era ese manto
que tapaba los ojos
ellas eran como libros fabulosos abiertos
en doradas páginas.
Las negras viejas, picos
de misteriosos pájaros,
contando
como en cantos lo que antes
había llegado a sus oídos,
éramos, sin saberlo, dueñas
de toda la verdad oculta
en lo más profundo de la tierra.
Pero nosotras, las que ahora
debíamos ser ellas, fuimos
contestonas,
no supimos oír; teníamos
cursos de filosofía,
no creímos,
habíamos nacido demasiado cerca
de otro siglo. Solo
aprendimos a preguntarlo todo
y al final, estamos sin respuestas.
Ahora, en la cocina, el patio,
en cualquier sitio, alguien,
estoy segura, espera
que contemos lo que debimos aprender.
Permanecemos silenciosas,
parecemos tristes
cotorras mudas.
No supimos
apoderarnos de la magia de contar
sencillamente
porque nuestros oídos se cerraron,
quedaron tercamente sordos
ante la gracia de oír.
Autorretrato

Figura solitaria transitando
un camino inacabable
Sobre los hombros lleva
su mundo:
trinos,
sueños,
cocuyos
y tristezas.
1 En un intercambio por correo electrónico que tuve con Georgina Herrera para pedirle permiso para incluir sus poemas en esta edición, la autora me comentó que “Mami” (de Gentes y cosas) y “Mañana última” (de Grande es el tiempo) eran poemas dedicados a su madre en distintas épocas y con distintos puntos de vista y añadía: “tengo otro que te envío también: “Hija buscando la risa de su madre”. Ese no aparece en ningún libro publicado porque precisamente está en mi último libro: Gracias a la Muerte. Se titula así porque le tengo miedo por lo inevitable y pienso que ella me huye cuando me ve y por eso le estoy agradecida. Este último libro aparece junto con el resto de todo lo que he escrito, hasta los poemas no publicados, en una especie de súper antología que se está preparando para mis ochenta años” (correo electrónico, 8 de mayo de 2015).